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Aún se conmemoran -a modo de moraleja- los sucesos del épico y controvertido primer siglo viriastino en la península de Peronia.
Y esa es la idea de esta reseña que se abre citando la respuesta que le propinó Iorg Lanateas -escriba del cónsul Serbiolcati Capón- al grupo de inescrupulosos sicarios que fueron a pedirle recompensa, luego de haber asesinado a sangre fría a Nestorato, el valeroso caudillo de las tribus bárbaras del austroccidente sublevadas a las invasiones imperiales.
“Toma traditoribus non praemiat” (Toma no paga a traidores)
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La extensa, fértil y recóndita península de la Peronia había sido largamente codiciada por las civilizaciones más poderosas del mundo septrioccidental. Sus riquezas eran persistentemente saqueadas por los hostigadores ejércitos de la incipiente república del expansivo imperio tomano.
Las castigadas tribus de las tierras invadidas, empezaron a rebelarse ante la situación de explotación que les imponía la corona, iniciando las Guerras Únicas en vísperas de la era viriastina.
Durante las notables campañas del líder Juan Único en tierras peronianas, los envilecidos clanes patricios de la fracasada y heterogénea Unión Autocrática -pensando que obtendrían dadivosos privilegios si colaboraban con quienes también los subyugaban- terminaron ofreciendo cómplice apoyo de dinero, refugio y alimentos en sus latifundios a los regimientos de la Toma. Y así, las legiones imperiales -ya no comandadas por el pretor Spruilutacio Bradem, que se había retirado vencido a la Sede Imperial del Septentrión- avanzaron sobre la Peronia Citerior, imponiéndose sobre las tribus del patriota cacique luego de largos y sangrientos enfrentamientos. Los complacientes jerarcas telúricos facilitaron la derrota y, por la fuerza de las tropas invasoras, habían obtenido las migajas de un poder que jamás hubiesen conseguido para sí mediante las Asambleas de la Plebe.
Los nuevos cónsules tomanos confabulados con los serviles caporales austroccidentales, exiliaron a Juan Único, castigando bajo penas de encierro, tortura y ejecución, cualquier vínculo epistolar o presencial con el preso caudillo de los pueblos de la Peronia. No obstante, la región siguió representando una amenaza latente de rebelión a las pretensiones imperiales de seguir usurpando provincias, conventos y aldeas.
Durante medio siglo, la península permaneció bajo un acentuando sojuzgamiento combinado simultáneamente con la conquista armada de otras naciones vecinas. Apenas hubo dos intentos peronianos de plantear nuevas batallas, pero fueron rápidamente sofocadas por el poderoso imperio septrioccidental mediante sus delegados administrativos y militares: pretores, cónsules y procónsules. A modo de medida más que disuasiva, los nuevos y los veteranos líderes sublevados resultaron alevosamente masacrados por las legiones tomanas cuando el anciano liberado Juan Único moría en el intento de reorganizar las milicias.
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Hacia el año 50 d.V., el rebelde discípulo Nestorato, con base en su bravura en combate y su atinada capacidad táctica, comenzó a erigirse en caudillo de las tribus de Progresistania, allende la Peronia Ulterior. En poco tiempo consolidó el liderazgo y lo expandió tejiendo pacientes pero contundentes alianzas con otros pueblos de la región. Primero, en los territorios de la península. Luego, suficientemente organizados como para presentar batalla a los usurpadores con posibilidades de expulsarlos, otros caciques vernáculos de algunas provincias ya conquistadas o tribus apremiadas a capitular fueron sumándose a la sublevación, constituyendo la Liga de los Pueblos Libres del austroccidente.
Ya el heroicamente muerto Salvadaro -patriarca de los chilotones- había acompañado a Juan Único en su agónico y fallido regreso para combatir a la expansiva Toma. Ahora eran Lulux , Evonus, Correatum y el comandante Chavceno –caciques de Brásfrica, Boliveria, Ecuasturum y Venexuonia- quienes, junto a otros influyentes líderes autóctonos, impulsaban ejércitos populares para encabezar la resistencia conjunta con Nestorato.
Por entonces, la falaz República de la Toma atravesaba una seria crisis con la mayoría de sus colonias reencauzando las luchas por la independencia. El territorio dominado por el Imperio se reducía día tras día, dando paso a las nuevas naciones bárbaras que demandaban emanciparse y al avance del viejo mundo septrioriental.
Ante ello, el Tribunal de las Cinco Colinas ordenó enviar a sus menos desprestigiados embajadores intentando impedir esta amenaza de unión de tribus concientizadas y combativas, por entonces consideradas en condición de vasallaje. Tras el fracaso de las negociaciones, desde el propio Tribunal del Pentágonum se determinó avanzar con las legiones tomanas para bloquear las comunicaciones y las operaciones militares de la naciente Liga de pueblos. Las opulentas tropas imperiales dieron una fuerte señal de beligerancia desestabilizando caudillajes en varios conventos como los de Hondurum y Cubensis, y luego avanzando intensamente sobre Venexuonia y Peronia.
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Hacia el año 52 d.V., el mismísimo emperador Bushtilio simuló una misión diplomática a la que llamó Pacto del Alkum, convocando a los principales líderes de las aldeas sublevadas. Cuando estos aceptaron la negociación y marcharon con reducida escolta al Mar de Argentum, se encontraron con la artera y fuerte avanzada de las poderosas legiones tomanas que los cercó bloqueando toda posibilidad de comunicación para buscar ayuda miliciana y alimentos.
Fue entonces cuando Nestorato empezó a consolidarse como el sucesor de Juan Único. Como el patriarca enviado por la Paixamamma y el espíritu teoelxe de Xalexen.
Al quedar sitiados prolongado tiempo, el joven cacique bárbaro se ofreció a liberar a los guerreros cautivos si se comprometían a seguir sus órdenes con precisión. Al llegar a un acuerdo con los otros jefes, encabezó un rápido y sorpresivo contraataque con sus milicias mientras el comandante venexuonio ejecutaba hábiles estrategias distractivas a distancia, provocando inesperados daños a la legión tomana. Luego, el peroniano guareció a sus tropas junto a las otras aliadas y volvió sin escoltas al campo de batalla, simulando estar en trance, gritando delirante como un completo enajenado. Amagó aproximarse a las azoradas centurias imperiales y, en un instante, su corcel dio un salto de media vuelta y se retiró a toda velocidad por aquel terreno costero que conocía en detalle, como al consistente y forjado cuerpo de su amada Viriastina.
Los centuriones enemigos -aprovechando las evidentes ventajas numéricas de soldados y armas- se lanzaron detrás del líder para rendirlo y masacrar a los ejércitos de la Liga, cayendo en la táctica de Nestorato. La caballería invasora lo persiguió y de a uno fueron desplomándose en los cenagosos pozos, hasta morir atragantados de lodo. Los tomanos habían quedado reducidos sin caballos ni elefantes y con su infantería en plena recuperación por los contraataques anteriores. Las intrépidas columnas de Nestorato, Chavceno, Evonus y Correatum, maniobraron rápidamente y avanzaron en pinza diezmándolos.
Fue la primera gran victoria. El combate del Mar de Argentum materializó la superación de una prueba que concluiría estimulando a los ejércitos populares: la lucha era viable y la victoria, posible.
El triunfo sobre las legiones del Alkum, constituyó un acerado gozne de paradigmas: los viejos mitos de la predestinación a la servidumbre aislada se habían derrumbado, trocando por los de unión de las tribus austroccidentales rebeladas al arcaico sojuzgamiento imperial.
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Con la victoria sobre los cónsules, casi todas las tribus de la península de las Peronias se integraron al naciente Enclave Frenvictoriano que se expandía repeliendo eficazmente a los asaltos foráneos. La influencia del jefe progresistano aumentaba, respaldada en sus valientes acciones y sus claros objetivos.
La Liga de los Pueblos Libres luchó a las órdenes del gran Nestorato siguiendo, sobre todo, la táctica de las guerrillas para aprovechar el cabal conocimiento de las comarcas y la solidaridad de los campesinos con sus ejércitos.
Poco a poco, a los caciques y sus soldados entrenados que adherían a la combativa Liga, se les fueron sumando grupos de esclavos y labriegos redimidos de la explotación, mercaderes de tierra y mar, artesanos, artistas y casi todos los pobladores de pequeñas aldeas y de imponentes conventos acompañados por sus valerosas mujeres, con excepción de los nostálgicos dueños de la gleba que se resistían a la equitativa reivindicación de las castas menos favorecidas, a los regulados y ecuánimes trueques de mercancías y servicios y a las épicas luchas para la definitiva independencia de la tiranía imperial.
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En los años siguientes, los rebeldes frenvictorianos se embarcaban a expulsar a los usurpadores de los poblados del mundo austroccidental, en tiempos de feroces enfrentamientos contra las poderosas legiones tomanas que atacaban persistentemente desde múltiples puntos. Con sus brillantes estratagemas bélicas y diplomáticas, el gran caudillo y sus aliados lograban mantener en jaque a la omnipotente monarquía del septentrión.
Hacia el año 53 d.V., los diestros y osados escuadrones de Nestorato y Evonus se combinaron inteligentemente en inferioridad numérica y de pertrechos bélicos, para repeler otra embestida del emperador Bushtilio en la cercana Boliveria, produciéndole enormes pérdidas y tomando sofisticados armamentos como botín de guerra.
En esa oportunidad, los líderes de la Liga impusieron como condición para la rendición imperial y la entrega de rehenes, que previamente firmaran un Tratado de No Agresión: negociación que se puso a cargo del cobarde general mercenario Servil Suplicio Magnalba -que también había caído prisionero de las milicias de los Pueblos Libres- y fue rubricado por el mismo Bushtilio, a quien además se le exigió retirarse a los cuarteles de invierno de Vaxingtum y embarcarse con sus desarmadas tropas.
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Ante cada conflicto, con cada batalla, la figura de Nestorato se fortalecía. Una virtud de los valientes que reflexionan. Un atributo para los que no sólo tienen cabeza para pensar sino espaldas para aguantar, parafraseando al viejo líder y maestro Juan Único.
Estatua de Nestorato, el Reformador: Terror de los Tomanos
Cuando Nestorato recorría las distintas regiones del austroccidente que se hallaban en pie de guerra, siempre delegaba el tutelaje de Peronia en dos confiables y consagradas combatientes: su mujer Viriastina -sagaz, intuitiva pero analítica- y su hermana Alix –laboriosa encargada de la redistribución de Haciendas-, que eran secundadas por Julius, Xanninum y otros viejos y conocidos colaboradores progresistanos allende la Peronia Ulterior.
Siolix -asistente de Gobierno y Códigos-, Alberturo -coordinador de Administración-, Aníbalex -estratega para la Defensa Territorial-, Ugum y Luxis Delio -mediadores con Artesanos y Labriegos-, Massitus -consultor de Ancianidad y Minusvalías- y otros lugartenientes, eran alternadamente designados para acompañarlo o quedarse a proteger la península.
La Audiencia Frenvictoriana, a la vez que ofrecía resistencia a los invasores, se abocaba a reglamentar, administrar, promover la formación y distribuir herramientas para artes y oficios, transferir tierras para la labranza, disponer de talleres y liceos en las aldeas y levantar imponentes obras de drenaje y caminos en la nueva nación.
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En el año 54 d.V., la Asamblea de la Plebe consagró Comandanta del Enclave Frenvictoriano a la astuta luchadora Viriastina, ya que el dedicado liderazgo de Nestorato en la Liga de los Pueblos Libres le demandaba misiones diplomáticas y beligerantes que le absorbían el tiempo y la atención de manera casi permanente.
En la nueva Audiencia Frenvictoriana se produjeron algunos relevos. Ditalcobos -cacique de Garcago- fue designado asistente de Gobierno y Códigos, mientras que Siolix se hizo cargo del gobierno de Conurbis. Audaxnevis dejó de ser mayoral de Puertos y también se dedicó a administrar Traditoris. Binnührer renunció a la Asamblea de la Plebe y volvió a dirigir la Sacra Fei. Aníbalex reemplazó al Alberturo, quien se anexó como escriba de Magnalba.
Muchos caciques estaban cada día más consustanciados del proyecto y movilizados para la definitiva independencia que los intrigantes jerarcas habían malogrado en tiempos de Juan Único. Algunos, aparentaban integrarse al Enclave. Otros, no daban cabal testimonio de compromiso con sus contrapuestas acciones. Pocos eran los que izaban la bandera tomana en sus territorios.
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La dinámica que impulsó Viriastina con el férreo respaldo de Nestorato, profundizaba las transformaciones en la península. Las condiciones de inclusión e igualdad en las posibilidades de capacitación en artes y oficios asustaban a los mediocres, sobre todo a aquellos consentidos que -en lugar de construir para crecer- se habían acostumbrado a las migajas que les dejaba el imperio. Aquellos que preferían ser la ponzoñosa pero privilegiada cola de cascabel y no el grueso y macizo pecho del potro.
Los garcagineses habían quedado conducidos por el frenvictoriano Celsus y, poco a poco, dejaron de responder al ausente Ditalcobos, notando sus no positivas cavilaciones. Por entonces, al menguado autócrata todavía lo seguían unos pocos nobles de Tarracorrentis y Catamarcanus: sus déspotas pretores -Colombis y Haud Moral- serían. en poco tiempo, los primeros en abandonar el Enclave tentados por procurar su paradójico dominio territorial siendo humillados por el imperio.
Las entusiastas tribus apoyaban al modelo con trabajo y propuestas, participando de las asambleas y empuñando armas y herramientas. Las reflexivas designaciones de lugartenientes que hacían los líderes de la península, sumadas a la militante admiración y al amor incondicional por Nestorato y Viriastina que demostraban los pobladores, provocaban pruritos en algunos sórdidos caporales.
Todo ello engendraba celo y recelo en varios oficiales que se sentían relegados y, excedidos de egocentrismo, flaqueaban en sus convicciones no dejando de entrar en fuerte contradicción entre lo deseado y lo posible, enfrentado a lo realmente vivido antes de la sublevación frenvictoriana. Empezaban a hechizarse con la codicia de trasvasarse a las ya no tan privilegiadas clases patricias que preferían vivir de rodillas a morir de pie.
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A mediados del año 55 d.V., Servil Magnalba -el acomodaticio dueño de grandes extensiones de fértiles campos y regente del monopólico taller de estampado de los novedosos papiros de información introducidos por Alexandrum de Venexuonia- aprovechó las vacilaciones de esos contados acaudalados caporales peninsulares, por entonces aliados de Nestorato. Los convocó al exuberante Convento del Bonaire para asegurarles que el grueso del ejército imperial ya estaba en camino con el objetivo de tomar definitivamente bajo su dominio a las tierras de la Peronia y al resto de naciones austroccidentales. Los tentó diciendo que solamente obtendrían las sumas regalías de la incipiente República de Toma y serían protegidos por sus legiones si, desde ya, se ponían bajo su mando.
Hay situaciones en las cuales aislarse de la tribu por mirar el propio ombligo desvincula de la realidad, provoca desmemoria y, peor, hace creer en fantasías que ni siquiera pueden desearse ante la evidencia de su improbabilidad.
La pérfida y salvaje propuesta del potentado esbirro fue aceptada por algunos pusilánimes lugartenientes que terminaron desertando para recluirse en sus feudos, tales los casos de Ditalcobos, Audaxnevis, Binnührer y otros, por lo que el general Servil Suplicio Magnalba fue ascendido a cónsul a cambio de sus arteros oficios.
Estos mayorales se embelesaron con las pretensiones de contribuir al sojuzgamiento de la hegemónica Toma y adoptaron perversas actitudes dignas de repudio. Algunos, hasta llegaron a exigir apoyo a sus súbditos bajo amenaza de sometimiento a trabajos forzosos -más obligados y más sacrificados aún-, veda de alimentos, destierro a sus descendientes y hasta la misma ejecución a golpes de marcobarbulo. Otros, sin embargo, hacían patético equilibrio con un pie en cada góndola, confundiendo a sus esclavos que empezaban a sublevarse por desconcierto, ni siquiera por sometimiento.
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No obstante, el Enclave Frenvictoriano continuaba expandiéndose a fuerza de sangre e ideas, excepto en esas regiones que aparentaban seguir aferradas a su condición de parásitos alimentados de las desechadas escorias del imperio. A pesar de los ingentes e improductivos esfuerzos por convencer a sus jefes de las virtuosas ventajas de integrarse o de volver a unirse, los ejércitos progresistanos se censuraban atacarlos porque, a pesar de todo, los consideraban hermanos -hijos de la Paixamamma- hipnotizados por las falsas deidades septentrionales y, con cada luna nueva, llevaban adelante rituales para pedir a los dioses australes que les iluminen el camino de paz y justicia.
Para entonces, el cacique bárbaro nacido en la Peronia Ulterior y la inseparable Viriastina, habían logrado el compromiso comunitario para la defensa del territorio en casi toda la península, desde el Dueigle a las Quiacarias y desde Bernardura hasta los Montes de los Guandes.
Península de Peronia: año 55 d.V.
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Ditalcobos había sido duramente rechazado por su pueblo al llegar a Garcago y debió refugiarse en la lejana provincia de su socio, Colombis. El timorato desertor se desplazaba con fuerte custodia para seguir confabulando desde su cargo, al cual se aferraba porque la Asamblea de la Plebe hacía caso omiso a los pedidos populares de destitución, respetando el mandato que le habían otorgado -si bien, recelosos- por pedido de Nestorato.
Al cabo de dos años de claro predominio de la Liga de los Pueblos Libres, las legiones de las Cinco Colinas volvieron multiplicadas a la península para atacar en su propia tierra a la combativa pareja comandante.
Incontables naves de guerra anclaban en la costa de los pocos poblados que seguían subordinados al emperador. Los aldeanos no podían siquiera estimar la cantidad de catapultas, onagros y balistas que llegaban a los enormes campamentos.
Las multitudinarias centurias que se establecieron en tierra con la complicidad de los serviles hacendados, fueron coordinadas por el falsario Magnalba, aquel que había sido designado Cónsul tomano en Peronia por el Pentágonum, en recompensa por su inescrupuloso y lisonjero colaboracionismo.
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Ya iniciaba el año 56 d.V. Apenas habían pasado poco más de dos años de la exitosa defensa de Boliveria, en la cual Nestorato y Evonus le habían brindado la piadosa oportunidad de salvar su vida al traidor, tras interceder ante el igualmente cautivo emperador Bushtilio para que rubricara el Tratado de No Agresión entre la República Imperial de la Toma y la Liga de los Pueblos Libres del austroccidente, quien también se vio beneficiado por la posibilidad de sobrevivir junto a miles de legionarios imperiales liberados.
Por sugerencia del Comando de Peronia, la Asamblea de la Plebe envió emisarios diplomáticos a las tres regiones ex aliadas y ahora acólitas de la Toma que habían favorecido la nueva invasión, para reclamar la violación del acuerdo y, a la vez, comprometerse a seguir cumpliéndolo en reciprocidad. Una vez llegados a las Provincias de Ditalcobos, Binnührer y Audaxnevis, los embajadores vernáculos recibieron idénticas propuestas: la invitación al Convento del Bonaire -gobernado por el pro tomano Maurinuro- para negociar la convivencia en concordia a cambio de la cesión de tierras fértiles del imperio. El ex cacique de Garcago expulsado por su tribu y los soberbios pretores de la Sacra Fei y Traditoris, demostraban tener el triste convencimiento de que las tierras peninsulares eran colonia tomana sin ninguna chance de autonomía.
Al cabo de una semana, 30.000 comandantes, oficiales y milicianos peronianos acudieron desconcertados al encuentro con el representante e hijo de Magnalba, Serbiolcati Capón, el cual los recibió cordialmente pero les exigió entregar las armas en señal de paz. Luego, ensayó una burda perorata intentando determinar que la rebelión sobrevino por la pobreza de los pobladores; jamás por la inequidad entre los pocos patricios y los infinitos vasallos; nunca por el sistemático saqueo de alimentos y minerales; de ninguna manera por el injusto atraso de las aldeas labriegas opuestas a la opulencia de los coliseos de sus conventos. Si el novel cónsul lo dijo motivado en sus egoístas intereses especulativos podría ser hasta aceptable, pero si lo afirmó por convicción sería doblemente nefasto. Mentalidad cipaya, paradigmas corporativos y cultura explotadora en sus máximos exponentes, dignos de un emisario del Imperio septrioccidental.
Luego de una larga noche de debates, Serbiolcati Capón se justificó diciendo que al haber muerto el emperador Bushtilio, el Tratado había quedado sin efecto, desconociendo su propia firma y la adhesión de los principales jefes tomanos y otros representantes peronianos serviles del imperio.
Se levantaron las sesiones y ocurrió lo esperable. Las incautas tropas peninsulares se habían dispersado, yendo a descansar en tres campamentos distantes. Todo el ejército tomano -que cuadruplicaba a las milicias frenvictorianas- las rodeó y masacró sin contemplaciones a 10.000 milicianos desarmados. Los otros 20.000 soldados salvaron sus vidas, pero fueron vendidos como esclavos a otro imperio del septentrión. Sólo unos pocos lograron escapar hasta los poblados aliados del lindante Conorbis y, entre ellos, estaba Nestorato, quien no obstante haber sido gravemente herido, logró sobrevivir a las arteras espadas, mazas y jabalinas, alcanzando ya no solamente la devoción de propios y aliados, sino la admiración de los enemigos.
La cruel traición de pro tomanos, garcagos, díscolos y traditoris quedó clavada en el aguerrido espíritu y en la tenaz conciencia de Nestorato, que no descansaría hasta tomarse revancha.
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Luego de la masacre, sobrevinieron tiempos duros para las tribus de la península. Las pérdidas de muchos de sus mejores hombres y mujeres, el secuestro de sus arsenales, la vandálica destrucción de villas y caseríos y los incendios de sembradíos y animales en los campos comunitarios, los redujeron a una limitada supervivencia.
La atribulada situación de postración no se prolongaría demasiado. Al llegar las noticias de los catastróficos sucesos hasta el Consejo del Trueque para la Comunidad Austroccidental, los caciques de la Liga de los Pueblos Libres no dudaron en desplazar sus principales tropas hasta las Peronias. Tal vez, la justa retribución a Nestorato, por haberlos salvado del sitio de Bushtilio en el Mar de Argentum tres años atrás.
Abuelas, madres e hijos de los 30.000 soldados y agricultores aniquilados y deportados como esclavos, engrosaron las tropas y marcharon apasionadamente al frente de batalla. El prodigioso heroísmo de esas mujeres y esos jóvenes, brindó un plus de ardorosa energía a los guerreros de la Liga que potenciaron su coraje y su pericia. A pesar de las importantes bajas, el ejército frenvictoriano renació. Su poderío militar con dignos objetivos comunes, parecía invencible.
En pocos meses, los invasores y sus cómplices peninsulares fueron atacados, muchos muertos y otros expulsados. El mismísimo cónsul Magnalba fue ultimado por un joven y novato soldado progresistano, quien manifestó haberlo confundido con un legionario en el fragor de la batalla del Arroyo de los Medios. Quien a error mata, a error muere, se excusó el huérfano.
Ahora, la misión pasaba por planificar la defensa territorial, mientras se reconstruía la nación. Lo peor aparentaba haber pasado.
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Magnalba era un personaje muy rico pero sumamente avaro y capaz de calumniar y estafar, si eso le redundaba beneficios patrimoniales. El viejo general regente del monopólico taller de estampado de papiros, fue acusado por los espurios pactos con la Mesa Patrogarca y el incumplimiento a los elementales Códigos de Guerra. Se lo enjuició determinando su culpabilidad post mortem.
Serbiolcati Capón -hijo de Servil Suplicio Magnalba- había sido designado cónsul en reemplazo de su padre, desnudando la marcada monarquía dinástica de la adulterada República de Toma. Hasta la sofística habían usurpado los brutos déspotas a otras civilizaciones. En tanto, Iorg Pompim Lanateas -hijo no reconocido de Magnalba- asumió como escriba del nuevo cónsul.
El dominio de las tierras austroccidentales no sólo desvelaba a los soberanos de la Toma -quienes intentaban recuperar su imperio luego de la muerte de Bushtilio-, sino que era apetecido por los caporales de la Mesa de Enlace Patrogarca en la medida que veían caer sus antiguas bulas y regalías -por el descrédito que obtenían de los Consejeros del Pentágonum y del Pontifex Maximus del Fondo Sólidus Denarium Orbi-, y se crispaban ante el imparable avance militante de las tribus progresistanas.
Los soberanos del imperio y sus lacayos peninsulares eran conscientes que en lucha cuerpo a cuerpo y tropa a tropa, serían vencidos sin chances. Los señores feudales no vieron otra alternativa que cargar sobre Nestorato recurriendo a los ardides más bajos. El inescrupuloso Lanateas convocó a varios lugartenientes desertores y a otros siempre obsecuentes del imperio. Entre ellos, por cierto, estaba Ditalcobos, quien seguía aferrado como gris y dubitativo asistente de Gobierno y Códigos de la cacica frenvictoriana Viriastina, a pesar del repudio de todos: frenvictorianos, patrogarcas y tomanos. En la supuesta reunión diplomática, sobornó a los desleales para que le tiendan una perversa emboscada al caudillo austroccidental, induciéndolos a simular un realineamiento con el Enclave.
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En pleno año 56 d.V., Ditalcobos, Audaxnevis y Binnührer -junto a Maurinuro, Pinnus, y a otros mayorales obsecuentes del imperio-, fueron hasta la Peronia Citerior para entrevistarse con Nestorato. Al Comandante de la Liga de los Pueblos Libres le produjo desconfianza esta nueva contramarcha de sus viejos colaboradores y, sobre todo, la coincidencia con el pretor del Bonaire, quien durante toda la reconquista de las Peronias había coadyuvado rastreramente con el imperio invasor.
En el campamento de campaña, el consagrado líder insistió con el intento de persuadirlos, de cambiarle los enfoques cipayos, de sumarlos pero con convicción y compromiso por la nación y no por mera conveniencia egoísta. El curtido cacique, a pesar de su buena fe y sus deseos de constituir definitivamente un Enclave que incluya a todos los hijos de la Paixamamma, no terminaba de convencerse del nuevo realineamiento ofrecido. Deliberaron toda la tarde y parte de la noche sin lograr cerrar la concertación de condiciones, hasta que llegó la hora de descansar. Maurinuro, Pinnus y otros mayorales volvieron murmurando a sus feudatarios conventos.
Ditalcobos, Audaxneves y Binnührer, se retiraron a los aposentos para huéspedes y el confiado Nestorato ni siquiera fue a dormir con su familia. Oficiando de atento anfitrión, se acostó en una habituación contigua. En la mitad de la noche, los tres siniestros caporales entraron subrepticiamente al dormitorio. El propio ex cacique de Garcago, clavó su escondido pugio en el pecho del dormido gran líder del austroccidente.
Al glorioso Nestorato no lo sometió el poderío ni la opresión. Cayó bajo la traición.
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Al amanecer, el desconcierto. Los soldados quedaron estupefactos ante el cuerpo desangrado del caudillo. Y entre ira y dolor, se convencieron: la antigua, vil y retrógrada Unión Autocrática había retornado a la península encubierta en los intereses corporativos y explotadores de la Mesa de Enlace Patrogarca.
Pintura moderna: El traicionero magnicidio de Nestorato
Los homenajes estuvieron cargados de honda desolación y de confundida impotencia. Interminables multitudes llegaban desde todo el mundo austroccidental para despedir al extraordinario líder reformador. Se sucedían acongojadas muestras de gratitud a la profunda transformación de ideales y paradigmas y a la convencida instauración de proyectos virtuosos y actitudes solidarias. Pero, a la vez, soldados y campesinos se nutrían hermanados de esperanzados estímulos de energía. La guerra de la independencia no había terminado.
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A Viriastina se le presentaba otra prueba de fuego. Ahora, sin la fiel y reflexiva contención y sin el eficaz y experimentado apoyo del hombre que había estado siempre a su lado. Otro desafío para la cacica, otro pesado gozne para las tribus de las Peronias.
Verdad y justicia, juicio y castigo, reclamaban los pobladores de la península y del austroccidente todo. A la semana siguiente, infinitas columnas de enardecidos artesanos y labriegos armados con sus herramientas de trabajo, marcharon con Luxis Delio, Ugum y otros jefes territoriales, hasta la Mesa de Enlace Patrogarca a exigir las cabezas de los arteros sicarios.
El mismísimo cónsul Serbiolcati atendió a los representantes, diciéndoles que no había sobornado a los falsarios asesinos y que reprobaba semejante crimen. Con una envidiable actitud cándida, agregó que no sabía nada del cruento hecho y que Ditalcobos, Audaxnevis y Binnührer lo habían sorprendido, cuando tres días antes llegaron al consulado con su fiel asistente –y hermanastro- Lanateas, para entregar sus potestades y rogarle que los exiliara en las Cinco Colinas. Y concluyó prometiéndoles que la República de la Toma se haría cargo de castigarlos.
De inmediato, Serbiolcati Capón citó a Iorg Pompim Lanateas al improvisado cónclave. El irresoluto escriba juró -a su superior y a los representantes de las tribus frenvictorianas- que no los había sobornado pero que, no obstante, Ditalcobos, Binnührer y Audaxnevis, estaban desde aquella madrugada en el custodiado capitolio tomano solicitando recompensas y rogando por protección imperial. El siniestro funcionario relató impávido que su respuesta había sido clara y contundente: “Toma no paga a traidores”.
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Serbiolcati y Lanateas concluyeron asegurando que los tres mercenarios serían ajusticiados con látigos de puntas de acero y cuero embebido en cicuta, durante el amanecer.
Y así fue y así narra la historia oficial tomana, aunque circulan incontables versiones del artero asesinato. Los tres sicarios fueron inmediatamente trasladados a la central Plaza de Cayo y amarrados al escarchado suelo del frío crepúsculo de septiembre. Con la salida del sol, llegaron los verdugos de la fortificación y los desangraron a espaciados latigazos envenenados. La muerte de los traidores fue lenta y agónica. Los tres impiadosos suplicaban piedad y, entre chasquido y chasquido, acusaban entre ellos al ejecutor del crimen.
Nunca se sabrá la verdad de lo acontecido aquella noche cargada de sombras. Ni siquiera se tendrá certeza de que sea cierto lo transmitido por la tradición tomana o la frenvictoriana. Tampoco pueden darse por falsas las conjeturas de los campesinos: el imperio había dado excesivas muestras de falta de códigos, por lo que no sería extraño que la condena hubiese surgido para atemperar la presión de las multitudinarias manifestaciones populares que exigían justicia.
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La cruda respuesta de Iorg Lanateas y el consecuente castigo letal de Serbiolcati Capón a los traidores, a pesar de dejar dudas en los pobladores de las Peronias frenvictorianas y en todo el mundo austroccidental, fueron aleccionadores.
Muchos mayorales cipayos atenuaron la disidencia con la Audiencia Frenvictoriana y, si bien tampoco se integraron por completo al Enclave, bajaron sus postulaciones imperiales al desayunarse que para el Pentágonum de la Toma y el Sólidus Denarium Orbi no son más que vasallos. Luego de años de prédica de Nestorato, las autoridades usurpadoras les habían demostrado que para la corona septrioccidental no son ni serán más que súbditos utilitarios mientras sirvan a sus intereses, pero fácilmente descartables.
El intento de restauración de la apátrida Unión Autocrática parecía fracasar. La Mesa de Enlace Patrogarca, además de haber visto rota su prebendaria impunidad, no iba a volver a exponerse al repudiado descrédito de los enardecidos soldados y campesinos. No existían las condiciones para que aquel viejo ardid de las Guerras Únicas, volviera a favorecer a la telúrica clase patricia confabulada con el poderío marcial del imperio.
Al ver el resultado de los reclamos populares, aún con incertidumbres sobre la justicia impuesta por el rentado cónsul, las tribus peronianas volvieron a sentirse fuertes para reiniciar la lucha. El reclutamiento de combatientes, las campañas de entrenamiento miliciano y la construcción de armas, se desarrollaron enérgicamente en toda la península.
La Audiencia Frenvictoriana se aglutinó más que nunca. Los viejos adláteres de Nestorato y Viriastina en los inicios de la rebelión en Progresistania y los jefes más recientes, se abroquelaron alrededor de la cacica viuda, tratando de sumar virtudes en el intento de alcanzar todas las que reunía el caudillo asesinado.
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La guerrera Comandanta, contradiciendo todas las expectativas, multiplicó acciones, abrió más frentes de combate y profundizó las reformas en todo el territorio.
La anhelada equidad de las castas otrora manipuladas e inconducentemente enfrentadas, las nuevas concepciones en las relaciones con las tribus autóctonas y foráneas revalorizando el sentido de pertenencia al austroccidente y las ventajosas potencialidades regionales antes despreciadas, la justa distribución de las enormes riquezas producidas por el sostenido crecimiento con base en la planificación y el trabajo, y otras magníficas medidas de desarrollo, concientizaron a propios y ajenos que las luchas y la muerte de Nestorato no habían sido en vano.
El enérgico gobierno de Viriastina llevó la paz a las Peronias. Bastó el llamado lustro póstumo, para que la península sea definitivamente independiente, comunitariamente justa y territorialmente soberana.
Estatua de Viriastina, la Profundizadora: Matriarca de los Progresistanos
Adán De Ucea
Abril del 58 d.V.